Fueron menos de media docena los pampeanos que alguna vez se pusieron la camiseta de Boca en primera división, y con la particularidad que todos ellos formaron parte de planteles que fueron campeones.
Llevamos más de cinco meses de pandemia, de desconcierto, encierros, temores, angustias… un tiempo, una época que jamás imaginamos tendríamos que transcurrir. En ese contexto fue -en algunos aspectos-, como si todo se hubiera detenido, o por lo menos congelado… Y ahora esperamos, deseamos, que falte poco para que la tormenta pase.
En todo este período los más pequeños se vieron alejados de sus amiguitos, o de hacer una vida normal de chicos… se vieron privados no sólo de las clases sino de los encuentros con sus compañeritos. Muchos nos vimos obligados a trabajar de una manera distinta -otra cantidad directamente impedida de hacerlo-, y ni hablar de reuniones con amigos, y aún con nuestros seres más queridos.
Lo que perdimos, o postergamos.
El país -el mundo en realidad- está pendiente de esto que nos sucede. Todos perdimos cosas importantes -hubo quienes sufrieron lo irreparable, la pérdida de seres queridos-, y también algunos nos quedamos sin otras nimias, insignificantes tal vez, pero que tenían que ver con nuestra cotidianeidad. Con parte de nuestras vidas.
En lo personal puedo decir que en un momento hasta me dieron ganas de llorar -y no me importa ni me da vergüenza decirlo- cuando pienso en mi hija mayor que no veo desde principios de año, como les pasará seguro a muchísimas familias.
Me he detenido muchas veces pensando en su «soledad» -esa que se siente cuando uno está alejado de los suyos, si bien ella en realidad no esté tan lejos (estudia y trabaja en Córdoba)-, aunque de todos modos la modernidad le haya permitido en estos meses -quizás a modo de compensación- zoom y otras aplicaciones mediante acabar su tesis del doctorado de Letras…
Seguro, claro que sí, que muchos han sufrido en mucha mayor medida… sólo digo esto que me pasó a modo de ejemplo.
Decía antes que entre tantas cosas frecuentes de todos los días -esas nimiedades que mencionaba- se extraña el encuentro en el café con los amigos; el asado de los viernes, y tantas otras pequeñas pequeñeces…
Sí, otra vez fútbol.
Sé perfectamente que estas páginas que se volvieron habituales en LA ARENA tienen su «público» según el tema que se trate… Conozco que hay quienes se fastidian -¿no es cierto señora Coca Piccirilli? (aclaro que es una ex docente consecuente y crítica lectora de estas páginas)- cuando el personaje que se aborda es un deportista, y más si se trata de un futbolista. Aún cuando, muy de vez en cuando, adviertan luego de echarle una mirada por encima a la nota que al final -si bien no les importara el tema de «la pelotita»- puede haber en esa persona, en ese deportista, aspectos que le pueden llegar a entretener porque tienen cosas por contar. Porque cada uno tenemos una historia… que podrá resultar más o menos interesante para alguien.
Y quiero decir que -después de más de 10 años de escribir estas páginas- me vuelvo a tomar la libertad de regresar al fútbol… una licencia que me permito porque hace más de cinco meses -¡cinco meses!- de no poder jugarlo, de vernos obligados a ver antiguos partidos por televisión, o tener que conformarnos con aceptar esta oferta europea que -salvo por sus protagonistas que valen millones de dólares-, se parece por la escenografía a uno de esos encuentros que cada sábado nos convoca en La Barranca, o en las canchas del Complejo Forestier. Sólo los jugadores, los árbitros, la pelota y nadie en las tribunas… Ciertamente desolador.
Pampeanos en Boca.
Así que aquí vamos… Hoy para hablar de alguien que fue futbolista -y de los buenos-, y que ahora es un vecino más de la ciudad que lo vio nacer; y un pequeño empresario que le da pelea a la crisis y a las dificultades del momento.
Me preguntaba cuántos pampeanos se dieron el lujo de debutar en primera división alguna vez con la camiseta de Boca en «¡la mítica Bombonera de Buenos Aires!» como le gusta decir a Víctor Hugo en sus relatos. ¿Cinco, seis? No muchos más, y algunos de ellos llegaron a integrar algún plantel campeón de los xeneizes.
Ahora mismo recuerdo al «Colo» Mac Allister y recientemente a su hijo Alexis (los dos integraron planteles campeones), Coco Rulli (campeón en 1964), y en 1976 se presentó Néstor Doroni el año que Boca ganó con gol de tiro libre de Rubén Suñé el título ante River. En este plantel cargado de figuras debutó ese año -jugó pocos partidos- Néstor Doroni. Hoy en día se destaca netamente el chico Nicolás Capaldo, y antes jugó Fernando Evangelista.
Queda la duda, ¿El Pampa Sosa que también pasó por Boca es pampeano, o es bonaerense y jugó en nuestra liga?
Alguno me menciona a Osvaldo Biaggio promediando los años ’50 -fue luego entrenador en Santa Rosa-, pero él era porteño, aunque vivió mucho tiempo por aquí.
En la mítica Bombonera.
Aquel pibe que usaba el pelo largo -como muchos jugadores de la época- había llegado con sus 15 años desde su General Pico natal cargado de ilusiones que -lo sabía-, no serían fáciles materializar. Y mucho menos supondría que sería uno de los pocos comprovincianos que alguna vez ingresarían por el túnel del fabuloso estadio para escuchar la voz de «la 12» -¿habrá alguien que no sepa que la hinchada de Boca es considerada el jugador n° 12, por su influencia con sus cánticos y aliento?- en un partido de primera división.
¿Aquel chico que tenía 18 años cuando debutó lo habrá imaginado alguna vez? Tal vez sí, pero experimentar desde adentro en un partido de primera división lo que era pisar ese césped que se sacude ante el movimiento de la multitud debe haber sido algo que no olvidará jamás.
Fue un breve paso por la primera división, porque después enemistado con ese mismo entrenador que lo había hecho debutar se fue del club y empezó un largo periplo futbolero que lo llevó a diversos equipos, de aquí y de otras instituciones de Sud y Centro América.
Una linda familia.
Ciertamente da gusto hablar con él, y le gusta contar sobre lo que le tocó vivir. Néstor Juan Doroni (64), es un piquense hijo de Atilio Juan Doroni (fallecido en 1987) y Francisca Emilia, «Beba» para todos, que tiene 89 años juveniles años y permanece con nosotros durante toda la charla, que lo acaricia, que ofrece café, y está pendiente de todos los detalles.
Néstor tiene un único hermano, Jorge, que es menor; y su familia se compone de su esposa, «desde hace 40 años… Rosana Beatriz Vázquez se llama, y mis hijos son Juan Franco de 39 años, Camila de 33 años y Juan Albano de 27 años. Y tenemos cinco nietos!», dice casi con alborozo.
«De qué me voy a quejar… con el paso del tiempo hemos formado un hogar primero, y después vino toda una familia a la que disfrutamos enormemente. Cursé mis estudios primarios en la Escuela Normal Mixta y el secundario en el Colegio Comercial, que lo terminé en el Lasalle de Ramos Mejía, cuando estaba en las inferiores de Boca. En ese tiempo vivía en La Candela, en San Justo», rememora.
De Pico a La Candela.
Antes se había iniciado en el fútbol en las inferiores de Independiente de Pico, que quedaba a pocos metros de su casa paterna, precisamente donde hoy tiene su pequeña empresa. «Allí tuve de entrenador a Jorge Neyra, una persona muy importante en mi vida deportiva, ya que era formador y aparte me llevó a Buenos Aires a la prueba en Boca en el año 1972», precisa.
Se retrotrae en el tiempo y recuerda que vivió «en La Candela algunos años, donde compartí con otro pampeano amigo tuyo», me dice para mencionar a Juan Carlos Aymú. Y sigue: «Hice todas las inferiores en Boca, y debuté en primera en 1976».
Vida de «gitano»
El fútbol profesional es cruel, porque cuando uno cree que ha llegado, en segundos todo puede cambiar. Tuvo un encontronazo con el entrenador -Juan Carlos «Toto» Lorenzo-, y obviamente el camino de salida para el pibe que recién empezaba.
De haber vivido en las entrañas del club -en La Candela, de haber jugado años a cancha llena cuando la Bombonera se colmaba temprano para ver la tercera división que entonces hacía de preliminar-, a comenzar a girar por el amplio mundo del fútbol.
Y cuenta: «En el ’77 voy a Independiente de Neuquén; en el ’78 juego en Estudiantes de Buenos Aires, que estaba en primera división, y fue el año del mundial; y al año siguiente empiezo lo que se puede decir fue un poco vida de gitano: en 1979 me voy a Ecuador, contratado por el Deportivo Quito y al año siguiente juego para Liga Deportiva Universitaria. Después firmé para Estudiantes de La Plata, con Carlos Pachamé de director técnico, y allí nace mi primer hijo, Juan Franco. Pero ya en agosto me voy a Ecuador nuevamente a jugar los últimos cuatro meses a América; en el ’82 lo hago en Cuenca y los últimos seis meses me contrata nuevamente la Liga Deportiva de Quito».
Goleador en todas partes.
Más tarde pasaría por Universidad de Honduras, donde tuvo de entrenador a Chelato Ucles, que había dirigido a la selección hondureña en el Mundial de España en 1982. «Al año siguiente me contrató el equipo más popular del país, Olimpia, donde tuve la suerte de salir campeón, completando una gran temporada de triunfos y goles».
Sería en 1985 que emprendería el regreso a General Pico -sólo por un tiempito-, para jugar en Ferro dirigido «por un gran técnico, José Aragonés, un sabio del fútbol», define. El objetivo era clasificar para el Torneo Nacional, «objetivo que se cumplió en el ’86 eliminando a All Boys de Santa Rosa».
La vida en El Salvador.
Pero no sería todo, porque volvió a armar las valijas para partir, otra vez, a El Salvador: «Me tocó ir al equipo más importante de ese país, El Águila. Tenían un buen proyecto futbolístico, y eso me embaló nuevamente para seguir la vida en el exterior, medio de gitano. Sí, porque hemos viajado mucho y siempre con toda la familia… Y allí también tuve la suerte de ser campeón nuevamente y hacer goles importantes en partidos decisivos», evoca.
Fueron casi dos años en El Salvador, «eso sí ya pensando todos los días en regresar definitivamente, porque los nenes se hacían grandes y eran tiempos de colegio. Aquí jugué los dos últimos años en la Liga de Villegas, para el Club Eclipse con muy buenas campañas y fue lo último. Decidí no jugar más en forma oficial a los 34 años, y enseguida empalmé la salida del fútbol con la actividad comercial».
Fábrica de ropa.
Néstor cuenta con detalles y entusiasmo los pasos que siguieron: «Me gustaba mucho lo que hacía, y fue una linda transición hacia una nueva vida, fuera del ambiente deportivo. En 1995 decidí poner la fábrica de ropa ‘Chatarra’, que este año cumplió 25 años en el mercado zonal. Todo lo hacemos de manera muy familiar, tanto la fabricación como la venta al público».
Hay que decir que conocemos muchísimos casos de muchachos que alguna vez fueron figuras- o incluso participaron en ligas superiores- que no pudieron, o no supieron, invertir lo que pudieron haber conseguido desde lo económico.
Lo que el fútbol le dejó.
Por suerte no es el caso de Néstor, que fue ordenado con sus ingresos, y en su General Pico natal instaló «hace ya 25 años una fábrica de prendas» (hace ropa colegial, buzos, chombas, remeras, jeans), y a pesar de las dificultades del momento marcha bien. Y también construyó un hermoso complejo deportivo -«Las Acacias» se llama- que consta de dos canchas de fútbol sintético, dos de paddle, un salón confitería y modernas instalaciones.
En medio de la recorrida le suelto una frase: «Esto vale una moneda…», le digo, y Néstor sonríe. Satisfecho porque sabe que el sacrificio de tantos años -de irse a diversas ciudades, de cargar con toda su familia, de entrenar como lo debe hacer un profesional-, no ha sido vano.
Misión cumplida, Néstor.
Hoy se puede decir que Néstor puede mirar hacia atrás y sentirse cumplido… Alguna vez le tocó ingresar con la azul y oro sobre el pecho mirando esas tribunas repletas y habrá pensado: «¡Sueño cumplido! Sí, él pudo hacer realidad el sueño de tantos pibes… aunque después tuviera que emprender la vida de gitano de tantos futbolistas.
Aquello pasó, y le quedan ahora los recuerdos hermosos, los amigos -que cuenta por decenas-, una familia hermosa, un buen pasar…
¡Qué más pedirle a la vida! Sí, quedáte tranquilo Néstor, estás cumplido. ¡Gran abrazo, aunque seas de Boca!
Un estreno con grandes figuras
«No es jactancioso… jugar en La Bombonera era como hacerlo en el patio de mi casa. Fue un orgullo tremendo y un honor poder haber jugado allí. Y digo eso porque antes los partidos de Tercera eran preliminares de la Primera, y los pibes durante años, cada 15 días, estábamos dentro de la cancha», explica.
Y sigue: «Tengo varias anécdotas. El día que Carlos María García Cambón en un 5 a 2 a River le hizo 4 goles y yo estaba de alcanza pelotas. Como vivía en La Candela nos llevaban a algunos pibes a
realizar esa tarea, y encima nos pagaban después del partido. Te digo que es una experiencia única hacer un gol en esa cancha… parece que se viene todo abajo y de verdad el piso se mueve. Solamente quienes jugaron en ese templo saben que es verdad».
El día de su debut fue el 6 de junio de 1976. Boca jugó con Gatti; Pancho Sá, Tarantini, Pernía, Mouzo, Suñé, Daniel García, Favret, Ribolzi, Felman y Ríos. «Entré en el segundo tiempo y me marcó nada menos que el Chivo Pavoni… sí, era el Independiente de Bochini, Bertoni y todos los monstruos», indica.
Cuenta que tiene muchos amigos de esa época, y tienen un grupo de whatsap con ex compañeros. «Todos los años nos juntamos en una quinta en General Rodríguez. Es del profe Raúl Rodríguez, que estuvo en el equipo del Toto Lorenzo, el profe Castelli y Román que ganó todo en esa etapa. Y seguimos en contacto permanente con tipos como El Flaco Gareca, Mario Husillos, Quique Hrabina, Pepe Basualdo, Juan Amador Sánchez, Roberto Rogel, El Negro Benetti (hizo el gol del campeonato en 1992) y muchos otros», puntualiza.
Tiene otra pasión, que es esquiar. «Hace más de 30 años que le dedico tiempo en el invierno, y normalmente vamos a Las Leñas con un grupo hermoso».
Néstor no quiere dejar de mencionar que «durante casi 10 años fui a jugar a Santa Rosa con los veteranos, representando a Casino Club. El impulsor era Roberto Forestier (obvio, jugaba siempre porque era el gerente), y era un grupo con muchas ganas de jugar y de viajar. En su momento se hizo a nuevo el predio de Estudiantes en una primera etapa, y después todo siguió en el predio de Forestier… En ese tiempo con un grupo de 4 o 5 personas fundamos la Liga de Veteranos de General Pico, y que hoy a casi 10 años cuentan con casi 900 jugadores afiliados, con sus respectivos equipos. ¿Sabés qué pienso? Que es una manera de dejar en la vida cosas que con el tiempo otros puedan disfrutar. Sí, así como lo hicimos nosotros en su momento», reflexiona. La Arena
Por Mario Vega - Periodista pampeano
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