El fútbol tiene una virtud: reduce las diferencias, sociales, económicas, raciales y religiosas. Cuando se arma un picado nadie le pregunta a su ocasional compañero cuánto cobra en el trabajo o si es católico o ateo. A lo sumo, le pregunta si juega adelante o atrás, como para distribuirse mejor en la cancha.
Ahí, en ese pequeño mundo de pasto o de tierra, cuando se trata de dar o recibir la pelota, el Negro o el Gordo no suenan discriminatorios y cada uno puede llegar en una bicicleta o en una 4×4 que igual tendrá su lugar en el equipo.
Después, al regreso a las casas, las diferencias seguirán latentes. Pero esa es otra parte de la historia, de la que deberá encargarse la sociología, porque el fútbol es un fenómeno popular para el que para jugarlo solamente se necesita una pelota de 500 pesos, cuando paradójicamente es una de las diez industrias que más dinero mueve en el mundo.
En estas líneas se pretende algo mucho más sencillo, que también muestra esa virtud de reducir las diferencias: conocer de qué viven los futbolistas de la Liga Cultural, a sabiendas que lo que cobran por entrenar y salir a la cancha es -en la inmensa mayoría de los casos- una ayuda adicional a los ingresos que perciben por su oficio o profesión.
Para empezar hay que dejar en claro que se trata de un universo limitadamente heterogéneo desde lo salarial, porque si bien alguno cobra excepcionalmente hasta 10.000 pesos por partido, después hay un grupo selecto que percibe alrededor de 5.000, otro más amplio al que le pagan entre 2.000 y 3.000 pesos, y muchísimos entusiastas que juegan gratis y hasta ponen dinero o venden rifas para costear los gastos del equipo.
Relevamiento.
La Pelota, el programa que el próximo 3 de febrero cumplirá 23 años ininterrumpidos en el aire de Radio Noticias, realizó un relevamiento sobre 270 jugadores de las zonas Norte y Sur culturalista. Si bien se trató de una muestra aleatoria, parecería un número suficientemente amplio como para tener una aproximación certera a la realidad. Esa cifra equivale a las formaciones titulares de los 25 equipos que participan en Primera División.
En este registro puede encontrarse desde un ingeniero agrónomo hasta peluqueros, pasando por policías, cadetes, tractoristas y carniceros. También hay casos únicos de gestores, contadores, veterinarios, apicultores, plomeros, gendarmes, chapistas, cuidadores de caballos, etc.
El primer dato que se obtuvo fue que solo el 7,4 por ciento de los jugadores no tiene otra actividad fuera del fútbol; no estudia ni trabaja, o sea, vive de la número cinco. Poco más de la mitad de esos 20 jugadores se domicilia en Santa Rosa y otros cuatro formaron parte el año pasado en el plantel de Deportivo Rivera.
La segunda referencia importante fue que, teniendo en cuenta al resto de los futbolistas -los que sí realizan actividades extradeportivas-, el 79,6 por ciento trabaja y el 20,4 restante estudia. Prácticamente no hay casos donde un futbolista haga las dos cosas. En la muestra apenas pudieron detectarse cinco. Y son menos aún los que tienen doble empleo.
Entre los estudiantes, que sumaron 51 jugadores, hay 29 que cursan estudios universitarios o terciarios (56,8 por ciento) y 22 que están concluyendo el secundario (43,2).
Los trabajos.
Al momento de analizar a los que trabajan -una clara mayoría en oficios-, la primera distinción a tener en cuenta es que de esos 199 futbolistas, el 12,5 por ciento son empleados públicos, sumando a trabajadores nacionales, provinciales y municipales. Entre esos futbolistas hay 16 administrativos, un chofer, cuatro policías, dos docentes de educación física, un penitenciario y un gendarme.
A su vez, el 87,5 por ciento restante se desempeña en la actividad privada y esos 174 jugadores se dividen exactamente se dividen en partes iguales entre asalariados y pequeños empresarios, profesionales independientes y cuentapropistas.
Siempre entre los privados, el rubro que más agrupa, con el 36,7 por ciento, es comercio/industria. Allí confluyen 64 jugadores, de los cuales 47 son empleados y 17 propietarios de comercios, microempresas y medianas empresas.
Por ejemplo, Jeremías Lucero (goleador de All Boys) posee una despensa; Leandro Hidalgo una vidriería; Lucas Carrasco un local de venta de ropa; Bruno Schaab uno de telefonía celular; Dino Mojana una ferretería; Bruno Michelena una rotisería; Edgardo Acosta una confitería; Saúl Araya una tienda; Nicolás López un negocio de vinilos adhesivos.
El campo.
Un dato para remarcar es que en el interior de la provincia -fundamentalmente en Miguel Riglos, Winifreda, Doblas y Uriburu- la salida laboral más significativa está asociada al campo. Allí quedó incluido el 15 por ciento de los trabajadores privados, entre peones, contratistas, alambradotes, tractoristas, veterinarios, camioneros e ingenieros agrónomos (Emanuel Navarro, Nicolás Aranda, Franco Fernández, Ignacio Savio, Esteban Miranda, Ricardo Aranda, Rodrigo Gies y Tomás Moya, por citar a algunos jugadores).
Otra manera de conseguir empleo es a través del propio deporte, como entrenador en las divisiones infantiles e inferiores. Dentro de ese ítem hay 14 jugadores (Matías Sosa, Tomás Arzer, Matías Arrieta, Roberto Cornejo, David Ramírez y Jonatan Campbell son algunos), lo que equivale al 8 por ciento de los trabajadores privados. Un porcentaje similar (8,7) se lo llevan los changarines -desocupados que sobreviven con jornales- y los cuentapropistas que no tienen oficios definidos.
En forma descendente, completando el total de los particulares, figuran el resto de los profesionales universitarios y terciarios -especialmente profesores de educación física como Franco Barragán, Gustavo Labourié, Eduardo Coria y Agustín Olmos-, con el 6,8 por ciento.
Los albañiles llegan al 4,5%; los que tienen otros oficios (plomero, electricista, mecánico, gasista, chapista) son el 4,2; los cinco peluqueros equivalen al 2,8 por ciento de ese espacio; y finalmente el rubro otros alcanza el 13,3. Allí se contabilizan cuatro repartidores, cuatro cadetes, cuatro empleados de frigoríficos, tres carteros, dos repositores, dos revestidores de techos y paredes, dos carniceros, un gestor y… un cuidador de caballos.
Así, cada uno a su manera, estos muchachos que todos los domingos atraen la atención de miles de pampeanos -desde altos funcionarios hasta anónimos pobladores de pueblos pequeños (¡vaya si reduce las diferencias!)-, vive o sobrevive a la cotidianeidad. Muy lejos del fulgor de los fajos de euros, los hoteles seis estrellas y los contratos publicitarios del superprofesionalismo, pero con la misma ilusión de Lionel Messi o Sergio Agüero de gambetear a cinco y marcar el gol de su vida en la gran final, o de Esteban Andrada o Franco Armani de atajar el último penal y darle el título a su equipo. La Arena
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