En una emotiva ceremonia que tuvo lugar el pasado sábado 20 de enero en la ciudad de San José, se celebraron las Bodas de Oro de ordenación sacerdotal del amado Padre Alfredo Fidel Zentner. Conmemorando 50 años de entrega incondicional al servicio de Dios, el Padre Zentner renovó su compromiso eterno el 19 de enero, marcando cinco décadas de dedicación y amor hacia su vocación religiosa.
La celebración comenzó a las 19 hs con una conmovedora misa en el Santuario local, donde fieles, amigos, familiares y peregrinos se congregaron para rendir homenaje a la destacada trayectoria del Padre Alfredo. La atmósfera estuvo impregnada de gratitud y alegría, destacando la profunda conexión que el Padre ha establecido a lo largo de los años con la comunidad.
Posteriormente, el patio del Santuario se convirtió en el escenario de un ágape fraterno, donde los asistentes compartieron momentos de camaradería y disfrutaron de una comida a la canasta. La presencia de familiares, compañeros religiosos y peregrinos provenientes de distintos rincones del país dio testimonio del impacto positivo que el Padre Zentner ha tenido en la vida de tantas personas.
El Padre Alfredo Fidel Zentner, reconocido por su amabilidad y espiritualidad, se mostró visiblemente emocionado durante la celebración. La comunidad expresó su cariño y agradecimiento a través de gestos y palabras, resaltando la profunda huella que ha dejado en la vida de quienes lo conocen.
En resumen, la celebración de las Bodas de Oro del Padre Alfredo Fidel Zentner fue un evento lleno de momentos emotivos y significativos, reflejando el impacto positivo de su servicio y dedicación a lo largo de cinco décadas. La comunidad se une para felicitar al Padre por este hito extraordinario y agradecerle por su guía espiritual y compromiso constante.
Los servidores del Santuario le compartimos estas palabras:
Palabras Padre Fidel
“Nunca es suerte, siempre es Dios”
Buenas tardes a todos…
Para comenzar voy a citar a Julio Cortázar, con una de sus frases emblemáticas y tal vez un poco trillada. “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Sinceramente estas cobran un sentido en estos momentos en los que quisiéramos decir tanto y el tiempo es breve.
Hoy es un día de emociones, de recuerdos, de encuentros y re-encuentros, y en este discurso en nombre de todos los servidores, quisiéramos representar la esencia de lo que nos atraviesa el corazón cuando hablamos del Padre Alfredo, de nuestro querido Padre Fidel.
Quienes tenemos la suerte de pertenecer al grupo de servidores del Santuario de San José, hemos llegado por circunstancias muy distintas a conocerlo, circunstancias en las que siempre Usted Padre supo ser nuestro puente con Dios. Un puente delicado, cuidado, sencillo, pero muy firme para poder pararnos sobre él.
Hace 50 años atrás, los designios de Dios, los caminos perfectos que él diseña, hicieron posible que aquel joven que vivía en la colonia a pocos metros del templo, diera un si para toda la vida, un si eterno.
En aquel momento Dios confió en Usted y usted comprendió que la fe tenía que ver con la disposición del corazón, y esa actitud en el corazón y por medio de él es la que suscita muchos dones en su personalidad, dones que lo hacen alguien muy especial para todos nosotros y que también se convierten en nuestras gracias.
Humildad, tranquilidad, predisposición, templanza, sabiduría, paciencia, trabajo, empatía, escucha, mansedumbre y sensibilidad por los dolores de otros. Esos son algunos de los que podríamos nombrar, y nos detendremos en dar detalle sobre algunos de ellos, los más especiales, los que de cerca conocemos.
- Humildad:
Su sonrisa tenue, sus ojos brillosos, su lento caminar, su voz pausada y bajita, su mano apoyada en su cabeza… son bloques que se unen para formar en usted el lugar seguro, el buen lugar para un abrazo cuando buscamos refugio de nuestros dolores.
Contar con tanta sabiduría, con tanta experiencia, pero sin hacerlo explícito, casi como pareciendo inconsciente de ello….es algo que admiramos.
Solemos buscarlo por el templo para saludarlo, porque no es lo mismo tener y no tener su saludo cuando andamos por acá…pensamos en escucharlo un ratito y que nos cuente cómo anda. Sin embargo lo vemos alejado, sonriendo o abrazando, confesando, atendiendo a quien más lo necesita…pero en silencio. Nunca, nunca es protagonista.
- Tranquilidad y mansedumbre de corazón:
Cuando respiramos el aire del Santuario creemos estar pisando Tierra Santa, sentimos mucha paz…y en ese paisaje hermoso con aire fresco, su presencia es esencial y combina en la medida perfecta con todo lo que esperamos y necesitamos.
Cruza su tranquera con la cabeza inclinada, si hace frio con algún abrigo en la mano, acompañado durante muchos años por su fiel Tila y se dispone para servirnos.
A sabiendas que esta tierra es el lugar más bonito donde su alma quiere estar, pero con la templanza y mansedumbre para aceptar igualmente todo lo que la providencia de Dios permita que le suceda.
Es admirable y conmovedor sentir su confianza en él, y como descansa su destino en sus manos. Nosotros, en cambio, rezamos para que su único destino sea este, en el que podemos disfrutarlo.
- Atento/dispuesto/colaborador:
Si de servicio se trata, nunca podríamos estar a su altura. En su afán por dar más de lo que tiene, por ofrecer su corazón al prójimo y en sus actuaciones demostrar que “Dios es amor por nuestros hermanos”, jamás podremos verlo sentado. Si se trata de correr un mueble, bajar las cosas del auto de la Hermana, preparar el asado, cerrar el templo, arreglar lo que se rompió en su taller, acompañar y escuchar…sabemos que no estamos solos, que su mano está ahí.
Al pensar en estos dones, en su forma de ser, no podemos dejar de imaginar a sus padres, a su familia. En esos momentos en la cocina o en el patio, en su niñez y juventud cuando aprendía de la vida, ellos habrán podido sembrar algunos rasgos especiales, así como San José y María hicieron con Jesús. Y como una semilla de caldén que crece bajo un sumo cuidado, con todo su amor fueron regando su alma con la palabra de Dios, para que con el correr de los años, usted pudiera hacer lo mismo en nosotros, con toda la delicadeza, pero con mucha firmeza.
En algunos momentos nuestro Padre Fidel parece no vestir de sacerdote, y en la confianza que nos regala llegamos a sentir que es de nuestra familia. Es muy fácil quererlo, extrañarlo cuando no está y pensar en él a menudo. Para algunos, entre charlas y charlas, ha pasado a ser un amigo, y otros vemos en su tierno rostro a un padre, a un abuelo, un hermano o un tío. Nos parece tan cercano su abrazo, nos resulta tan sincero su afecto que brotan en nosotros sentimientos de familiaridad y cariño de una manera muy natural y espontánea.
Tal vez al hacer su propio resumen de todos estos años se de cuenta que ha sido mucho, o que ha pasado demasiado pronto. Guardará en su corazón las personas que conoció, los lugares que visitó, las historias que acompañó con Dios como testigo y las veces que sintió que nos hace mejor dar que recibir, y que al dar con el corazón ponemos a Dios por delante.
Seguramente esta comparación que guardamos para el final a usted no le resulte apropiada, porque su humildad no se lo permite reconocer, pero queremos hacerla explícita. Mucha veces creemos que en sus designios perfectos, Dios buscó para Jesús un padre terrenal que se parecía mucho a él, para que pudiera cuidarlo y educarlo como él lo haría…San José, nuestro santito. Eso mismo nos mueve a imaginar y creer que también buscó para este Santuario una persona que se pareciera mucho a San José, para que pudiéramos sentir que “Dios está en todas partes”.
Por esta razón es que una frase que hemos escuchado nos parece oportuna para cerrar nuestras palabras: “nunca es suerte, siempre es Dios”
No es suerte tenerlo aquí, es Dios que lo eligió y su si para siempre. No es suerte que se parezca a San José, es Dios y su perfección. No es suerte que viviera en la colonia y eligiera ser sacerdote, es Dios cuidando su vida. No es suerte conocerlo por nuestras distintas circunstancias, es Dios poniéndolo en medio nuestro para aliviar nuestras cargas. No es suerte que lo tengamos todos los días acá, es Dios que escucha nuestras oraciones y nos da lo que el corazón necesita.
Querido Padre Fidel, no imaginas cuanto amor has sembrado en nosotros, no podrás imaginar cuánto te queremos y las veces que le contamos al mundo que el mejor padre es el que tenemos en el santuario. Deseamos que puedas sentir en este día, y en estas palabras, lo que sentimos por vos y lo agradecido que estamos con Dios por este regalo.
Que en cada oración del Espiritu Santo que rezas en cada mañana Dios y San José te cuiden siempre.
Te queremos mucho.
Los servidores del Santuario de San José