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Foto del escritorLa Pampa

El Ruso González Savioli: Cardiólogo, y además guitarrero y cantor


MEDICO HACE 40 AÑOS; FUE DEPORTISTA, TOCA LA GUITARRA Y DIBUJA

Tiene la sencillez que identificó a su padre, primer veterinario de la ciudad. Pero además de ejercer la medicina es polifacético: fue nadador, basquetbolista, toca la guitarra, canta, y además dibuja.

El médico siempre fue -sobre todo en otras épocas- una personalidad que se distinguía de manera muy especial en las familias. Casi una institución que se admiraba, y a veces se llegaba a venerar.

Y yendo hacia atrás cómo no recordar al doctor Guillermo Furst, típico médico de pueblo -que eso era Santa Rosa- que visitaba domicilios, o atendía en el Sanatorio Cruz Alba -ya no existe, y funcionaba en el edificio donde ahora está el Colegio de la Universidad-, que frecuentemente no cobraba sus visitas, ni tampoco la atención en su consultorio.

Doctor de los más humildes.

Lo recuerdo enjuto, siempre con los lentes de vidrios redondos, y sobre todo me parece escuchar su voz grave y pausada que inspiraba un hondo respeto.

El doctor Furst no cobraba en los hogares humildes -tenía una fuerte raigambre peronista y hacía de la justicia social un culto-, y a veces recibía como paga alguna gallina o algún corderito que le daban en agradecimiento sus pacientes; obsequios que podía recibir como si se tratara de los mejores regalos.

Médicos prestigiosos.

Hubo otros como él, claro que sí… Porque se podrá evocar las figuras de Pangallo, Andrada, y también las de Torroba y Lutisky, y un poco más acá los Colombatto y los Muñoz, entre tantos otros…

Hoy en día se pueden observar nombres plasmados en el ingreso de algún estadio de fútbol, sin conocer los vecinos más jóvenes que fueron médicos prestigiosos: ahí está el caso del estadio municipal (la vieja cancha Centenario), que se llama «doctor Tomás Mariano González», o en Winifreda el «Miguel Eloy Baldovino».

Con los años la ciudad se fue tornando grande, y llegaron muchos otros profesionales de la medicina; algunos hijos de vecinos santarroseños… Ahora en el Colegio Médico debe haber cientos de matriculados, que se han distribuido en diversas localidades de la provincia.

La familia González Savioli.

Julio Daniel González Savioli (63) -lo llaman por su segundo nombre-,es nacido en Santa Rosa, y ejerce la profesión desde hace nada menos que 40 años. Hijo de Julio Cesar (90), médico veterinario que «tuvo la primera matrícula de La Pampa» -y fue propietario muchísimos años de la Veterinaria González, en la esquina de Villegas y Sarmiento (hoy la atiende otro profesional)-, y de Elder Savioli, quien falleció hace 6 años. Daniel tiene una única hermana, Marcela, que es farmacéutica y vive en la ciudad de La Plata.

Tiene dos hijos, Emanuel (abogado) y Valeria (diseñadora gráfica en Córdoba); y está en pareja hace años con Anahí. Afirma Daniel que sus hijos vienen «demorados» con los nietos, aunque no suena a reproche.

El muchacho del flequillo.

Lo conozco desde hace muchos años, cuando le decían «El Ruso» González Savioli. De aquellas épocas juveniles en las que se destacaba practicando deportes, y sobre todo natación -competía por El Prado-, pero además básquet defendiendo los colores de Fortín Roca; y también le hacía un poco al tenis. Conserva todavía -en buena parte- el cabello rubio que lo distinguía, y el flequillo aunque ahora un poco más raleado cayendo sobre su frente. Podría decirse que -salvo algún kilo que ha sumado a su figura-, no ha cambiado demasiado.

Dónde vivían.

«Nací en el Sanatorio Santa Rosa -sería uno de los lugares donde más ejerció su profesión, y aún lo hace-, y en mis primeros años vivíamos con mi familia en lo que era el Salón de Fiestas del cine Marconi», comenta de entrada. Y el dato no deja de llamar la atención: «Pasa que mi abuelo Julio, que era inmigrante español, tenía alquilado el edificio a la Sociedad Italiana, y tenía la concesión del cine… y vivíamos pegados», rememora.

Tiempo más tarde la familia se habría de mudar a Sarmiento 257: «Todavía vivo ahí, con mi padre. Él está allí solo, y de alguna forma lo acompaño todo lo que puedo porque ya tiene 90 años… pero estoy en pareja con Anahí», aclara por si hiciera falta.

La escuela. El Prado.

Hizo la primaria en la Escuela 2, frente a la plaza -cuenta-, en tanto se entusiasma enumerando a muchos de quienes fueron sus compañeros: Raúl Gatto Cáceres (hoy ingeniero), Pedro Goyeneche (fue ministro de la Producción), Gustavo Fernández (le dicen «Triángulo», y fue decano de Agronomía), «Julio Bruno, que no sé por dónde anda… Julio Fernández Mendía, El Conejo Suárez… Son algunos… creo que era buen alumno, sí», se autoconvence.

Fue en esos primeros años que comenzaría su relación con El Prado Español, y con los muchachos y muchachas que -en época de verano sobre todo- formaban una barra bulliciosa y feliz en torno al natatorio que -increíblemente- permanece inactivo desde hace años.

El nadador.

«Eran los tres meses de verano, pero siempre firme, todos los días… vivía metido ahí, con otros chicos como Ñaña Ibáñez, Abel Faidutti, la Rusa Novisardi, la Negra Falgari, Carlitos Ríos, los cuatro Martínez Carrozo, Jorge Rappa, Pepeto Torres (también médico que falleció el año pasado), Daniel y Alicia Vaquer, Lito Anguzar (promotor de la actividad), con sus dos hijas mujeres, Mónica y Alicia, también competía Guillermo Adámoli… Omar Lastiri era el instructor, y yo como él hacía estilo mariposa…».

Eran tiempos gloriosos de El Prado. «Me acuerdo que en pelota a paleta estaban Cachila Morales, El Negro Pedraza, Alejandro Eberhardt… También hacía tenis con Catón Montoya, Jorge Vélez y Enrique Fiorucci, en la primera etapa».

También básquet.

Daniel no sabía todavía que su destino como médico estaba marcado, y practicaba todos los deportes que le ponían por delante. «Por eso me metí en básquet en Fortín, con Pepe Viano. Me gustaba, pero me daba cuenta que era petiso, aunque igual me di el gusto de jugar en un seleccionado juvenil un campeonato argentino en Mar del Plata, con Tito Batisttoni, Julio Vaquer, Perita García, Carlos Crespo, Retegui que venía de Pico, Guillermo Fiorucci, el Sapo Carrizo, todos dirigidos por Néstor Bossio», recuerda.

El secundario.

Más tarde vendría el secundario en el Nacional, con una promoción en la que estaban «Kity Tomas (fallecido), Luis Ibáñez, Carlos Crespo, Daniel Vaquer, Daniel Mansilla, Miguel Vagge, Julio Fernández Mendía, Raúl Gatto, Oscar Suárez, Daniel Castiñeira, Tuti Rodríguez; Laura Salamero, Graciela Dubié, Moira Morisoli, Alicia Villanueva, Viviana De Pián, la Flaca Graciela Fernández y Marta Rodríguez y Eduardo Aguirre», los enumera.

¿El fútbol? «Soy hincha de San Lorenzo, pero además de jugar en la calle, impensado hoy en la calle Sarmiento, lo hice en el baby fútbol de arquero, en un equipo que dirigía Tito Álvarez… Ahora estoy haciendo newcon, y hemos jugado en Villa Mercedes, Viedma, Malargüe; aunque Ñaña Ibáñez me está entusiasmando para volver a la natación, así que en cualquier momento aparezco», anuncia.

Papá veterinario.

Daniel se detiene a hablar de su padre: «Papá fue hijo de un inmigrante español, y siempre digo que es un hombre demasiado bueno. Fue empleado público, categoría 1 de la Dirección de Ganadería… y aparte siempre tuvo la veterinaria, cuando aquí eran dos o tres: la de Arturo De La Mata, que es tío mío; y la de los hermanos Zapico, todos veterinarios y también familiares», completa.

Entre tantos veterinarios cabe preguntarse por qué no eligió lo mismo. Y en ese sentido tuvo que ver la influencia de otro familiar: «Picho Savioli, hermano de mi vieja, era médico… y bueno, creo que eso influyó y me volqué para ahí», confiesa.

La música.

El Ruso González Savioli es amante de la música, y en cada asado tiene «la obligación» de llegar con su guitarra. «A finales de la primaria, 12 o 13 años, junto con Miguel Agostino y el Flaco Rabollini, cantábamos rock nacional y música pop… El padre de Miguel, Chiche, era baterista de un grupo tropical y algunas veces nos presentaba como banda alternativa. Mi profesora de guitarra fue Gloria Calvo… Tengo buen oído y eso me ayudaba, y a veces con ella cantábamos en las radios, y por ahí en alguna misa, a la que iba a acompañar a la abuela Nieves, mamá de mi papá».

Eran tiempos felices, y las salidas propias de la muchachada de la época: «A los bailes del Club San Martín, All Boys, Penales, o algunos pueblos cercanos, como Castex y Toay».

A estudiar a La Plata.

A los 17 partió a La Plata para estudiar Medicina. «Lo tenía claro. Fue en 1974, pero recuerdo que llegamos y nos volvimos el mismo día, porque estábamos inscriptos pero la cursada se cortó y tuvimos que rendir libres. Fuimos juntos con Daniel Vaquer, Luis Ibáñez, Tuti Rodríguez (los dos últimos a estudiar Ingeniería), y se puede decir que arrancamos en 1975… Me recibí en el 80 y me quedé otros cuatro años en Cardiología en La Plata, antes de venirme a Santa Rosa».

Eran épocas oscuras para nuestro país, y si bien se advertía desorden institucional, que había que andar con cuidado, y había violencia, pudo hacer su carrera en término.

Regreso a Santa Rosa.

Se quedó cuatro años haciendo experiencia en el Hospital San Juan de Dios, centro de referencia en cardiología y cardio-cirugía de la provincia de Buenos Aires.

De vuelta en Santa Rosa empezaron con consultorio con el Flecha Leones (también cardiólogo) en Ucom, un servicio médico de emergencia que funcionó en los años 80. «Después seguí trabajando en el Sanatorio; y tuve distintas etapas en el Servicio de Cardiología del Hospital Lucio Molas, donde ahora estoy hace dos años. La verdad es que si bien pasó mucho tiempo tengo las mismas ganas, y creo que a uno le hace bien trabajar», sostiene.

En el pedestal no.

Quienes lo conocen saben de su carácter afable, y que es una persona sencilla que nunca se pone por encima de los demás. Como dije al principio la figura del médico -en otros tiempos- era casi intocable. Pero no es el caso de Daniel: «No estoy en el pedestal, no va conmigo, y me parece que tiene que ver con la formación que cada uno recibió de pibe… tengo cientos de conocidos, amigos, parientes, y por supuesto no soy más que nadie. ¿Sabés? A todos los que fueron compañeros del secundario los atiendo yo», sonríe.

El guitarrero.

Le encanta la música, y lo dice: «Hago sobre todo folklore, y lo que me parece es que sirve para engrandecer la amistad… me junto con amigos y llevo la guitarra a los asados que organiza Nelson Ranocchia, que hace unas lindas mezclas», se ríe, recordando que se junta desde la cúpula clerical a otros «bandidos» que lejos -bien lejos- están de la curia.

Pero además tiene el asado de los martes, con Omar Tosco, Daniel Mansilla (compañero de la secundaria), Miguel Vagge, Raúl Hernández y Hugo Gómez. Y no deja de mencionar a Cory Delgado y Karina Diharce, «con los que nos juntamos siempre», completa.

El dibujante.

Lo que no todos conocen es que también Daniel tiene otra veta artística que explotó poco: «Me gusta el dibujo, hacer caricaturas, y de vez en cuando hago algún retrato… y hasta expuse en una muestra de la Municipalidad. Me gusta trabajar en blanco y negro, y mis referencias han sido la revista ‘Humor’ y sus dibujantes, porque todos eran buenos, como el Negro Fontanarrosa, Quino, Tabaré… Esta faceta muchos no la saben», añade.

Orgulloso de la familia.

En el momento de la evaluación reconoce: «Tengo que decir que la vida ha sido generosa conmigo… no tengo de qué quejarme. Me siento orgulloso de mi padre y de mi madre, y de mis abuelos… Tuve una familia contenedora y una infancia muy feliz, que me dio muchísimos amigos que aún conservo», indica.

Admite que resultan inevitables algunos golpes: «Por ahí fue una frustración no poder ayudar a mi madre cuando se enfermó… o ver el deterioro de la salud de algún amigo que hoy ya no está… pero nada más».

Lo que viene.

Le gusta manejar, y lo hizo mucho por el país, aunque también pudo visitar Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos… y cuando pueda trataré de hacer algún otro viaje… Por lo demás lo que deseo, creo que como todos, es que los míos estén bien, tener salud, y seguir compartiendo esos grupos de asados, donde si bien se come mucho y sería la parte negativa, se apuesta a la amistad, al compañerismo… Creo que en este país estaría haciendo falta menos individualismo, juntarnos más», opina.

Es el «doctor»… pero para todos -incluso para muchos de sus pacientes- sigue siendo sólo «El Ruso» González Savioli… Aquel pibe del flequillo rubio -ahora un hombre grande- que nunca se la creyó. ¡Y qué bueno que así haya sido, Daniel! ¡Qué bueno que hayas podido conservar la humildad que te inculcó tu viejo!

Un recuerdo para los abuelos.

Quién no escuchó alguna vez esa frase que nos remite a los inicios de la CPE Santa Rosa. Aquel «Leña Savioli» con el que se arengaba a aquel tano que alimentaba las trilladoras para devolverle la luz al pueblo… «Ese era mi abuelo Juan. Cuando murió yo tenía 13 años. Era mecánico de autos, su taller estaba en Pellegrini 150 -hoy es una playa de estacionamiento-, y hacía bobinados… Cuando se armó el lío con la Sudam en 1934, y los vecinos se quedaban sin luz, el abuelo cedió el galpón donde estaban las trilladoras, y con algunos empleados le dio luz a Santa Rosa… Ahora, cuando vengo del Lucio Molas y paso por la Cooperativa, en la Raúl B. Díaz, lo veo al abuelo en una infografía, como si me estuviera saludando», se emociona Daniel al contar.

«No hablaba totalmente castellano, pero tenía un humor permanente, y era tan cordial que se hacía amigos todo el tiempo. ¡Era un tano picante!», lo define.

Pero si don Savioli tuvo su historia, también vale la pena conocer la del otro abuelo, Julio González. «Esto lo saben pocos: fue pionero de los cines en Santa Rosa, porque junto con Nazario Camarero tenían el Marconi y el Teatro Español (también pasaban películas). Por supuesto yo entraba gratis con mi barra de amigos…», cuenta Daniel.

Vuelve a decir que cuando chico «vivía en la casa de al lado del Cine Marconi, lo que era el salón de fiestas… Me vi todas las de guerra, las de ‘Tarzán’, ‘Ben Hur’, ‘El Manto Sagrado’, ‘Lo que el viento se llevó’… Pero también los concursos de tango y folklore que se hacían; y también a Tusam, el original, y a Zulma, su esposa que era una belleza», agrega.

La pasaba mal cuando en el cine daban «Drácula», porque desde su habitación se escuchaban los gritos aterrados de los espectadores: «Esas noches no pegaba un ojo», señala.

Expresa que si bien Juan Savioli tiene una calle con su nombre, a su familia le falta que reivindiquen al otro abuelo, Julio, que también fue un emprendedor en aquella Santa Rosa: «Que aunque sea le pongan el nombre a un pasaje…», pide.

MARIO VEGA para La Arena .

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