En un contexto de alta volatilidad climática y financiera es importante ser conservador, sobre todo en las industrias a cielo abierto, pues el riesgo puede ser de tal envergadura que solo basta una campaña adversa para quedar en “offside”. Las últimas zafras no han sido sencillas, signadas por acontecimientos adversos como la inundación que complicó las tareas de recolección y siembra, epifitas inéditas como el caso de la roya lineal o amarilla del trigo, que menguaron los rindes y aumentaron los costos variables, y más recientemente un temporal otoñal que complicó la recolección de la soja originando pérdidas de cantidad y calidad de grano. Todo esto sin duda ha generado mermas de dinero importantes que se traducen en faltante de caja del empresario rural. Como si hiciera falta alguna variable más que genere volatilidad y agregue riesgo al negocio, estamos ante una seca que ya podríamos calificar como severa, que de no cortarse rápidamente seguirá apilando quebrantos.
En el tema ganadero la cosa no ha sido más fácil, la reciente seca que ha puesto en jaque a la cadena forrajera vino en combinación con un aumento del precio del maíz que complica la suplementación, haciendo más lento engordar y más difícil retener hacienda. El aumento del kilo de carne en pie no ha acompañado la devaluación, lo que ha hecho perder capacidad adquisitiva a la “moneda kilo de novillo en pie”. Dicho esto no resulta raro escuchar y entender qué se quiere significar cuando se dice que hay muchas empresas agropecuarias que, si bien desde el punto de vista económico están saneadas, ya que el resultado de su diferencia entre activos y pasivos no es preocupante, están en apremios financieros de una magnitud tal que pueden llegar a quebrarlas. En efecto, con una tasa pasiva para el banco (lo que el banco le paga al ahorrista) en torno al 40% anual, no es de extrañar que la tasa activa (la que paga quien va a pedir un préstamo) ronde el 70% anual. Para traducirlo a números, esto quiere decir que quien pide 10.000 pesos al cabo de un año termina retornando 17.000 pesos en concepto de capital, más interés, más gastos bancarios.
Ahora bien, pensemos en que un productor se ha quedado sin capital de trabajo y requiere de financiamiento para estar activo productivamente. Las opciones que tiene son claramente dos:
1. Recurrir al financiamiento bancario o de la cooperativa, acopio o agronomía del pueblo.
2. Asociarse con algún productor o contratista del pueblo, incluso con la misma cooperativa, acopio o agronomía, para seguir en la carrera productiva y superar la crisis.
Seguidamente vamos a analizar los pros y contras de las anteriores opciones expuestas. Si uno recurre al banco, el principal problema con el que se va a encontrar es que la tasa de interés que tiene que pagar es más alta que la rentabilidad de su negocio, por lo tanto entramos en la paradoja tantas veces conocida por el sector de “fundirse trabajando”. En efecto, si pensamos en lo que cuesta sembrar una hectárea de maíz, soja o girasol, teniendo que financiarla en todo o en parte con el banco, el rinde de indiferencia sube tanto al agregar el costo del servicio de deuda al margen bruto que lo torna inviable. En el caso de financiarse con la cooperativa, acopio o agronomía el problema es primero ver si ese ente tiene espaldas para financiar y luego ver qué pasaría ante un fracaso en la cosecha. Como es probable que ante una cosecha adversa el productor no pueda responder, lo correcto sería pensar en asociarse. De esta forma ya no hablamos más de financiamiento, sino de una sociedad en el negocio de sembrar. Ahí entramos en la segunda opción, donde cada parte aporta lo que tiene, ya sea tierra, servicios (maquinarias y equipos) o insumos (gasoil, fertilizantes y agroquímicos). Esta situación permite poder plantar los cultivos, percibiendo cada quien la parte que le corresponde por retribución a los factores de la producción, eliminando el costo del financiamiento, que actualmente es prohibitivo. Ante una falla en la cosecha, si bien será gravosa y dolorosa para todas las partes, nadie quedará comprometido a tal punto de perder su capital, ya que el negocio de los bancos es que se les deba, y cuando no se puede cumplir lo pactado, el individuo queda a merced de lo que la entidad crediticia determine, sin la menor capacidad de negociación.
En resumen, son tiempos de asociativismo, conformarse con ganar menos, pero correr menos riesgos, evitando por todos los medios acudir a las entidades financieras y apoyarse localmente entre los actores económicos del pueblo, ya que todos necesitan que de una manera u otra la rueda productiva siga girando. El tema está en tener en claro qué riesgo estamos asumiendo y qué consecuencias pueden llegar a tener tales compromisos en un escenario climático adverso, de tal modo que no signifique comprometer irreversiblemente el capital de una empresa agropecuaria familiar, como ya lo vimos en la década del 90, donde terminó prácticamente toda la superficie agropecuaria hipotecada, pagando tasas impagables. Es importante no tropezar dos veces con la misma piedra y acudir a una receta quizás no del todo atractiva, pero sin duda la más adecuada: “la cooperación”. El Diario
Mariano Fava
Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP)
Posgrado en Agronegocios y Alimentos
@MARIANOFAVALP