Luego de un período gobernado por una sequía importante, finalmente el otoño fue benigno en cuanto a precipitaciones se refiere. Así, quienes hicieron las labores de barbecho de manera correcta hoy cuentan con un perfil totalmente cargado de humedad, con posibilidad de sembrar trigo y cebada en óptimas condiciones agronómicas. Las variables de mercado, en conjunto con una meteorología favorable, hacen que los cereales de invierno se estén haciendo con fuertes dosis de fertilizantes, lo que sin duda puede catapultar las producciones a un récord de récords. Esto si tomamos en cuenta la sinergia que supone la coincidencia en tiempo y espacio de un área plantada en fuerte crecimiento, la adopción de un paquete tecnológico de avanzada y un clima por ahora muy favorable.
Lo que se ha plantado y emergido hasta el momento presenta un excelente estado general, con buena reserva de agua en el suelo. Las fuertes heladas que se han registrado en La Pampa han posibilitado un buen enraizamiento de la planta. Sin duda, septiembre será un mes definitorio en cuanto al trigo se refiere. En general, los años con lluvias primaverales tempranas son años con buenas producciones de trigo. Cuando las lluvias se empiezan a demorar, es común recibir la consulta como técnico de algún productor preocupado, deseando conocer cuánto tiempo es capaz el cultivo de “esperar la lluvia”, sin afectar sensiblemente su rendimiento. Para responder esta pregunta vamos a analizar brevemente los aspectos del desarrollo del trigo que más importancia relativa tienen en la generación del rendimiento.
Numerosas evidencias científicas concuerdan que de los dos componentes del rinde, granos por metro cuadrado y peso de los mil granos, el que más peso relativo tiene es el primero mencionado. Esto se debe a que si bien el peso de los granos varía, el mismo se define en un período muy corto de tiempo, que va desde la floración hasta la madurez fisiológica (momento en el cual el trigo deja de acumular materia seca y solo pierde humedad; este coincide aproximadamente con un 37% de humedad en grano). Además, en caso de algún estrés en este período, el cultivo es capaz de completar el llenado de grano con fotos asimilados, generados en etapas anteriores, y que mayormente se alojan en el tallo. Se ha estimado que hasta el 30% del peso de los granos puede ser aportado por removilización de fotosintatos, con lo cual luego del cuaje es poco probable que un estrés pueda afectar de manera importante el peso de los granos, y consecuentemente el rendimiento.
De lo expuesto anteriormente se deduce que debemos dirigir los esfuerzos en lograr la mayor cantidad de granos por metro cuadrado, si queremos obtener altos rendimientos. Este componente del rinde queda definido en una ventana de tiempo mucho más amplia que la anterior variable analizada. Podemos decir que prácticamente empieza con la siembra, pues en ese momento, según la densidad de siembra utilizada, será en número de plantas por hectárea, que luego del macollaje no dejará definido el número potencial de espigas por metro cuadrado. Por ello, a medida que atrasamos la fecha de siembra, debemos aumentar los kilogramos de semilla por hectárea utilizados, pues contamos con menos tiempo para el macollaje. Vale aclarar que no todos los macollos llegan a desarrollar una espiga, en general varios de ellos mueren, y los asimilados que ellos poseen son removilizados por la planta. A su vez, la espiga del trigo que todos conocemos está formada por varias espiguillas, las cuales a su vez tienen varias flores, de la cantidad de flores diferenciadas y de cuántas sobrevivan y cuajen dependerá el número de granos por metro cuadrado. El período de tiempo más importante para este proceso es “20 días antes y 10 días después de la floración”, y que el mismo ocurra en un momento conveniente para el buen acontecer del mismo dependerá de respetar la fecha de siembra óptima para cada variedad, según su ciclo de madurez. Si convenimos que la fecha media de floración de los trigos en La Pampa es el 15 de octubre, veremos que podemos esperar las precipitaciones hasta mediados de septiembre, sin preocuparnos porque algo grave le pueda pasar al rendimiento de nuestro cultivo, esto, obviamente, si logramos oportunamente un buen estado de las plantas y un aceptable desarrollo de la sementera. Es importante mencionar cómo afectan a este período las variables ambientales radiación y temperatura: la primera lo favorece, es decir a mayor radiación mayor tasa de crecimiento del cultivo, mientras que la segunda lo afecta negativamente, acelerando el desarrollo del cultivo, Es decir, que la mejor combinación para el trigo sería una primavera soleada y “fresca”, con lluvias, por lo menos, a mediados de septiembre.
Para finalizar diremos que hay una clara tendencia de los productores y empresarios agrícolas de volcarse de manera masiva a plantar cereales de invierno. En parte como estrategia para tratar de recuperar las finanzas de la empresa agropecuaria que viene atravesando una inundación histórica, seguida de una sequía homónima; lo que constituye además una ironía, una coyuntura dura y “espinosa”, si reparamos en el contexto económico que acontece, donde el crédito para insumos es casi inexistente. Aun así, la noticia de que el área de gramíneas de invierno aumenta fuertemente es un oasis entre tanta pálida para el sector, pues por un lado permite cortar el ciclo de muchas malezas problema que son el resultado de una veranización de las producciones agrícolas, como puede ser el caso de la rama negra, el yuyo colorado e incluso las clorídeas. Por otra parte, el aporte de cobertura abundante permite revertir, al menos en parte, la pérdida de materia orgánica joven de los suelos que son el resultado de los monocultivos de soja o de girasol. Sin duda, esto representará el inicio de un círculo virtuoso en el corto plazo, si las lluvias acompañan. El Diario
Mariano Fava
Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP)
Posgrado en Agronegocios y Alimentos
@MARIANOFAVALP