La ganadería argentina viene siendo noticia por una serie de coyunturas tanto de mercado como productivas. Inicialmente, la sequía que azotó tiempo atrás gran parte del territorio nacional “achicó” los campos, siendo necesario por parte de los productores pecuarios anticipar ventas de hacienda, originándoseles un quebranto producto de una baja generalizada del valor de la invernada en particular y de la hacienda en pie en general. Si pensamos en el caso de la vaca de cría de vida media, ésta prácticamente bajó su valor a la mitad (en dólares). Haga el ejercicio usted amigo lector y piense que bien en la Argentina ha disminuido su precio en dólares en tal magnitud, incluso haga el análisis con la carne en “el mostrador”, que afecta sensiblemente al otro eslabón débil de la cadena: “el consumidor”.
Este proceso se vio potenciado por el aumento en el precio del maíz disponible, el cual subió su cotización por una confluencia de factores, los cuales aún siguen vigente y continúan presionando al alza las pizarras. El aumento del tipo de cambio real (depreciación del peso frente al dólar) aumentó el costo del cereal, siendo necesaria cada vez más carne para pagar un kilo de maíz. Una merma de más de 10 millones de toneladas de producción nacional de la gramínea ha sido demasiado para un mercado que está claramente demandando más grano. Acompañado de una baja similar en el vecino país carioca, todo confluye en una crisis de oferta de maíz, que provoca que hoy tengamos varios sectores pujando por hacerse del vital grano para sus distintos usos, ya sea el consumo, la molienda seca, la molienda húmeda, los etanoleros o la exportación. Esta cadena de valor tiene bajas chances (o más bien nulas) de buscar maíz en el mundo para importarlo, como lo ha hecho la industria de la molienda de soja.
Si bien los cereales y oleaginosas copiaron de manera inmediata el aumento de precio del dólar, la ganadería viene severamente retrasada en este aspecto, o aún con bajas. Es cierto que recientemente se ha visto una tenue mejora en el ternero macho liviano, pero a todas luces resulta insuficiente. Ante esta coyuntura no son pocos los analistas que lanzan buenas ondas, e invitan al productor a retener stock a la espera de la suba, como si eso fuera tan fácil. Por un lado, para retener hay que tener pasto, ya que comprar suplemento es prohibitivo. Por otra parte, para retener hacienda hay que tener “espalda financiera”, a nadie escapa lo que se debe pagar por servicios financieros para descontar un cheque o girar en descubierto, representando esto directamente un “suicidio financiero de la empresa”. Finalmente, ¿quién puede asegurar que ese aumento de precio efectivamente llegue y sea de la magnitud requerida? Claramente los productores debemos ser muy medidos y no llevarnos por la buena voluntad, el produccionismo/voluntarismo, o las esperanzas de un futuro idílico que tal vez llegue, pero 5 minutos más tarde de lo necesario, comprometiendo la salud física y emocional del productor pecuario y su familia.
Aunque recientemente se han conocido noticias auspiciosas de la demanda de carne argentina de parte de importantes jugadores internacionales como es el caso de China, la sensación para el amigo ganadero es que por una razón u otra, la ganadería nunca termina de despegar. Es el negocio del eterno futuro, ese que nunca llega. Hoy en día se ha terminado el maíz barato, y si finalmente la agricultura no subsidia a la ganadería dentro de una misma empresa, el número no cierra. Es decir que el productor mixto debe asumir el costo de oportunidad de no vender el maíz y transformarlo en carne. A esta altura resulta evidente que deberemos de a poco ir acortando los tiempos de encierre, virando hacia el antiguo modelo de pastoreo a campo con suplementación estratégica de maíz, cuidando mucho el incremento marginal de producción de cada kilo de grano que proveo a la hacienda.
En resumen, está claro que es imposible prescindir de la ganadería para el pequeño y mediano productor, máxime si estamos en un ambiente semiárido como La Pampa. Pero no es menos cierto que tampoco podemos importar una forma de producción extranjera como el feed lot, sin hacerle correcciones y/o adecuaciones a nuestro contexto nacional. Aún falta ver la otra parte de la película que no deja de ser un “deja vu”, donde el novillo liviano de consumo cotice mucho más por kilo en pie, con lo cual cuando se compare el ingreso unitario bruto de un novillo liviano versus uno pesado, la diferencia sea tan chica que desincentive al productor a generar esos kilos extras, los más costosos de producir por el gran consumo para mantenimiento que tiene un novillo pesado. En definitiva, cuesta mucho imaginar una ganadería eficiente, con futuro, libre de los serruchos en la curva de precios, con picos máximos y mínimos en una serie histórica de valores. Ante eso, la única defensa es el ciclo completo, al menos de una parte de la invernada, para eliminar (o disminuir) el riesgo de comprar mal y caro. A la vez se deberá controlar la única variable de la ecuación de producción en la cual tenemos un 100 % de control: los gastos, puesto que la historia nos enseña que en este país el dólar sube, el novillo en pie no lo hace y el consumidor (que puede) paga cara la carne, sus derivados y sustitutos (pollo, cerdo y pescado). El Diario
Mariano Fava
Ingeniero Agrónomo (MP: 607 CIALP) Posgrado en Agronegocios y Alimentos @MARIANOFAVALP