Ya hemos comentado en columnas anteriores el fuerte estrés hídrico por el que atraviesa gran parte de la provincia de La Pampa, que ha motivado el deterioro de un área de maíz y soja muy importante. Los cultivos de segunda son los más afectados por la agobiante sequía por la que atraviesa el sector agropecuario en gran parte del territorio nacional. La explicación es tan obvia como sencilla, al momento de plantarse disponían de menor reserva de humedad en el perfil, lo que los tornan más dependientes del aporte pluviométrico de agua durante su desarrollo a campo. Es así que más de un productor decidió destinar el potrero de maíz afectado por la falta de humedad a pastoreo directo o silaje planta entera, e incluso muchos tomaron una decisión similar con el cultivo de la soja estresada. Si se cuenta con los recursos financieros, el silaje del forraje afectado por estrés antes de que este se seque por completo es una buena decisión, sobre todo pensando que de otra manera ese recurso (forraje) se perdería, no quedando más remedio que el pastoreo directo (o la confección de rollos). El silaje permite conservar un forraje de mejor calidad, que dará mayor respuesta animal, a la vez que sistemas como tambo o feed lots necesitan esta fuente de fibra y no les queda otra opción más que picar el maíz del cual disponen, a pesar de que los costos por materia seca no les sea del todo favorables. Está claro que picar un maíz de bajo nivel de producción no es la mejor decisión desde el punto de vista económico, porque encarece mucho el costo de la materia seca.
Ante este escenario, y asumiendo que en muchos sistemas necesitan silo sí o sí, ¿qué pasa con la calidad de una reserva forrajera de este tipo (picado), hecha con un cultivo estresado por déficit hídrico? El almidón del grano de maíz aporta entre el 65 al 70% de la energía de un silaje normal. Cuando el cultivo destinado a tal fin fue afectado por la sequía, el valor de energía se puede reducir al 80-90% respecto del confeccionado en condiciones “normales”. Esto se explica según los especialistas por la metáfora de la “cañería tapada”. Es decir, si no hay espigas para llenar, pero hay hojas verdes, estas siguen fotosintetizando. Al no tener destino para acumular ese almidón (espiga), este se concentra en el tallo como carbohidratos solubles y ácidos orgánicos, mejorando la digestibilidad del tallo.
Simultáneamente aumenta también el contenido total de proteína en planta, lo cual es un punto a favor a tener en cuenta a la hora de balancear una dieta. Es decir, seguramente este tipo de forraje exigirá más cantidad de grano para mejorar su digestibilidad en la dieta final en la cual se lo emplee, pero también necesitará menos concentrado proteico (el insumo más caro de una dieta de engorde a corral). Es imperioso conocer la concentración de nitratos en este tipo de forraje, el cual puede llegar a niveles tóxicos para la hacienda, debido a que la sequía produce una acumulación de los mismos en el tallo, sobre todo cerca de la base.
La soja también es plausible de ser picada para su conservación y posterior uso como forraje. Representa algunos desafíos extras para lograr una adecuada fermentación, producto de la mayor relación proteína/energía que esta posee. Conviene picarla con al menos 40% de materia seca y en estado fenológico conocido como R3/R4.
En resumen, para quienes dependan inevitablemente del silaje en su sistema productivo, deberán asumir el mayor costo que genera el disponer de un forraje afectado por la sequía, pero aun así será mejor contar con un alimento de una calidad razonable, algo caro, que quedarse sin forraje a mitad del invierno. Amigo productor, este año habrá que ponerle un límite a las pérdidas, y mal que les pese a las autoridades más encumbradas, se darán cuenta que la actividad agropecuaria, por ser a cielo abierto, es la más riesgosa de todas. La Arena
