Oscar Intronati tiene una empresa familiar que es exclusiva en la provincia: fabrica ataúdes. Desde su planta en Eduardo Castex provee a todas las cooperativas pampeanas y da empleo a 13 personas.
“Alguien lo tiene que hacer”, contesta ante la pregunta casi obvia de por qué dedicarse a ese rubro. Es que después de 41 años Oscar Intronati ya tiene naturalizado vivir a diario rodeado de cientos de ataúdes de distintos tamaños. “Es lo único que hice en toda mi vida”, admite a sus 60 años, ya decidido a dejar en manos de sus hijos una empresa que no tiene competencia.
Intronati SRL es la única firma pampeana dedicada exclusivamente a la fabricación y venta de ataúdes. Desde Eduardo Castex se ganó su lugar en base a trabajo, seriedad y prestigio y tiene la provisión directa a todas las cooperativas de la provincia además de distintas localidades bonaerenses como Trenque Lauquen, Pellegrini, Tres Lomas y Rivera.
“No trabajamos en forma particular, nosotros lo que fabricamos lo vendemos a las cooperativas. Tenemos una producción promedio de 160 o 170 ataúdes por mes y no acumulamos en nuestra planta. Lo que se termina se carga en el camión y se manda porque son las entidades las que hacen el stock. Acá tenemos una cantidad mínima, lo que se hace, sale”, explica Intronati en su enorme planta de 2 mil metros cuadrados.
Casado con Ilda Heinz (59) y padre de Emanuel (30) y Antonella (24), Intronati se vinculó a la carpintería desde muy chico. “A los 12 años no quise seguir estudiando así que mi papá no me dio opción, así era antes: derecho a trabajar. Empecé a colaborar en la cochería de Edmundo Cinquina. Él era carpintero y me enseño a lustrar, fue mi maestro. Ahí aprendí las primeras cosas del oficio”, recordó.
Luego de años de sumar conocimientos y de trabajar como empleado llegó la hora de soltarse, de emprender el camino propio. Era el ’84, la democracia recién florecía e Intronati no tenía un peso pero le sobraban ganas.
“Mi idea era comprar los ataúdes en blanco en Buenos Aires, lustrarlos acá y salir a venderlos. En ese momento le comento a Livio Curto, que era diputado, y me dice de hacerlos acá en Castex ¡pero yo no tenía un mango! En ese momento habían salido los créditos de Promoción Industrial de la provincia. Fui a Casa de Gobierno y al principio se rieron, pero después me dijeron que me iban a ayudar de alguna manera”.
El despegue.
El crédito salió, surgió la chance de adquirir un terreno en el Parque Industrial y después el primer galpón. “Así empecé y de ahí fue crecer y crecer. En los ’90 nos mudamos a esta fábrica y me vinculé con las cooperativas, que fue el quiebre para nosotros. Y en eso Pablo Fernández (expresidente de la CPE) fue un motor para mí porque era muy difícil empezar a competir. Las cooperativas recién empezaban con los servicios funerarios y le compraban a una fábrica de Pergamino, pero cuando Fernández estaba en la CPE me empieza comprar a mí. Y no solo eso, desde su oficina en Santa Rosa agarraba el teléfono y llamaba a las otras cooperativas y decía: ‘cómprenle a Intronati’. Por eso en todo esto Pablo también fue clave”.
La expansión de la pyme siguió y en el ’97 un crédito del Banco de La Pampa le permitió al empresario castense incorporar maquinaria y tecnología, una constante en su trayectoria. “Máquina que salía, la comprábamos. Algunas las diseñé yo, siempre se hizo todo a pulmón y ese es el espíritu con el que se trabaja acá”.
La firma tiene su camión propio. Con una capacidad para 24 ataúdes, sale cargado a tope todas las semanas. Hasta el año pasado era el propio Oscar el que salía a la ruta. Hoy es Emanuel el que sigue con esa tarea mientras Antonella, recién recibida de contadora, maneja el área administrativa con el apoyo de Ilda.
Calidad.
“Tenemos 11 empleados y dos más que están tercerizados. Uno trabaja con la chapa mientras que Marcela (Collado) hace toda la parte del revestimiento interno de los ataúdes. Todo lo que sea pampeano, yo lo compro. Sí traigo madera de Misiones es porque acá no hay, salvo el álamo que lo traemos de la zona de 25 de Mayo. Y los herrajes los compro en Buenos Aires, todo el resto es plata que dejamos en la provincia, esa es nuestra política de laburo”.
En la fábrica se trabaja con tres tipos de madera: cedro, guaica y álamo o pino. Los ataúdes que van a un nicho o a un panteón, en el cementerio tradicional, requieren una caja metálica adentro (el cuerpo humano está compuesto por líquidos en un 70 por ciento), mientras que el de madera que va al cementerio Parque, es decir bajo tierra, se arma con madera biodegradable.
“Lo que se hizo fue unificar con todas las cooperativas un doble estándar de calidad que realmente es bueno. Solo hay dos productos que son superiores, para abajo hay un montón. Dentro de esa variedad están las distintas medidas, desde los más chicos hasta el más extraordinario de todos, que es para una persona de 200 kilos”, detalló.
Santa Rosa, por la cantidad de habitantes, es la ciudad que suele tener épocas con una demanda muy fuerte. “Hubo períodos en los que nos pidieron hasta 120 ataúdes en un mes, viajamos hasta cuatro veces, tiene momentos con muchísima demanda”, relata Oscar sobre un producto que no se consigue en una góndola pero que en definitiva también es eso, un producto comercial.
¿La gente se sorprende cuando le preguntan de qué trabaja? “Es un rubro muy particular y delicado, hay que tratar las cosas con el mayor cuidado porque estamos hablando de la fibra más íntima de una persona. Por eso acá no se puede ‘sanatear’, el trabajo tiene que ser ciento por ciento serio. Mucha gente no quiere saber nada de entrar a la fábrica, algunos viajantes incluso tratan de no venir. Pero es así, a mí me tocó hacer el cajón de mi padre… son cosas de la vida. Yo le tengo miedo a las gallinas, por ejemplo, pero al muerto no. Hace 41 años que hago esto y para mucha gente puede resultar raro. Pero alguien lo tiene que hacer”, deja en claro Intronati sobre un rubro que siempre va a tener demanda.
Siempre listos
La fábrica tiene decenas de dependencias. El ruido de las máquinas, el polvillo en el aire, el olor a pintura dibujan una postal de trabajo que se pone en marcha de lunes a viernes en una cadena que necesita de cada engranaje y que siempre debe estar alerta.
“La producción es siempre pareja porque no podés hacer más en un día o en una semana porque cuando uno tiene para pintar, el otro tiene para lijar. Una vez que lo encolaste ya está, hay que esperar a que se seque. Y acá no importa si es Navidad, Año Nuevo, feriado o lo que sea, te piden en cualquier momento. Es obvio, pero uno no sabe cuándo se va a morir alguien”, dice Intronati con el máximo de sentido común.
Cambios culturales
En una de las esquinas frente a la fábrica vive Marcela Collado. Y en esa casa la mujer tiene su taller de confección de todo lo que el ataúd lleva en su interior: las bolsas de nylon y las telas. “Yo hago todo lo que Intronati necesita. Es un trabajo que siempre tiene una demanda constante”, admite frente a una realidad que, al menos en algunos lugares, tuvo una transformación notable.
Hoy los funerales duran cada vez menos, disminuye la cantidad de entierros y crece la cremación. Y en esa transformación cultural también se suma la tendencia de tratar de prolongar la vida lo más posible aunque, más allá de modas y cambios sociales, el final siempre será el mismo.