Elida Rodríguez Jara de Perna, de 79 años, recordó las penurias que padeció su marido, secuestrado y torturado por la Subzona 14 II. La mujer es querellante en el juicio.
Oscar Perna Almeida era guitarrero, músico y cantor y había llegado hacía un mes desde Uruguay a General Pico, buscando tranquilidad con su familia, porque un hermano médico había ganado un concurso para la dirección del hospital y le recomendó el lugar. Había entrado trabajar al ferrocarril. Un médico lo denunció ante los represores como sospechoso, por guitarrero y extranjero. Lo secuestraron y de la sala de torturas fue a parar al área siquiátrica del Molas, con secuelas que perduraron hasta el último de sus días.
Este martes declaró en el juicio de la subzona 14 II su viuda, Elida Rodríguez Jara de Perna, de 79 años. Recordó que él fue secuestrado el 27 de noviembre del ‘76 en el trabajo, porque antes lo habían ido a buscar a la casa y no estaba. Ella fue a la comisaría y le dijeron que lo tenía la Subzona 14, en Santa Rosa.
En el comienzo de su peregrinar, un comisario de la Primera, Delacroce, le confimó que lo tenían allí, aunque “muy mal”, que necesitaba un siquiátra y se negaba a comer. A la semana (fue a la casa de Baraldini pero no la atendió) le informaron que lo habían sacado y estaba en el Molas.
Una enfermera se lo dejó ver. “Lo vi en un estado desastroso, desnudo, atado en un catre”, recordó, compungida. “Cuando me vio se tranquilizó y desde ese día empezó a comer y a tomar los remedios”, dijo. Fue a ve al obispo Arana para pedirle una gestión para que levanten la incomunicación, pero no tuvo suerte.
Finalmente, en la Casa de Gobierno, en un pasillo, Baraldini la reconoció a ella y se le acercó. “Me dijo que yo ya había andado mucho, que me fuera tranquila que mi marido quedaba en libertad. Fue el 28 de diciembre”, apuntó.
Al músico uruguayo le quedaron secuelas síquicas para toda la vida, estuvo siempre bajo tratamiento. También huellas en el cuerpo. “El golpe que más sintió fue el del oído. De eso también quedó mal. Esa parte fue terrible para él. No le importaba en otro lado, lo peor para él fue eso”, evocó la mujer.
También confió que dos jefes policiales de Pico, con los años, ya retirados, un día le confesaron a Perna el nombre del médico que lo había denunciado ante los represores como sospechoso.
“Vinimos a estar tranquilos en La Pampa, esa era nuestra intención. Cuando lo torturaban él tenía presente que el gobernador le entregó una guitarra a través de los diputados Roberto Gil y (Hermes) Acáttoli. Si me maltratan por tocar la guitarra, yo se la devuelvo, pensaba él en ese momento”, contó la mujer.
Por otra parte, mencionó que su esposo reconoció a Roberto Fiorucci y a Juan Domingo Gatica entre sus torturadores. Y también que el médico Máximo Pérez Oneto lo había revisado.
“Cuando se lo llevaron, estaba bien. Y cuando yo lo vi tenía la lengua azulada, el cuerpo todo estropeado. Hasta que no se compuso, no lo dejaron salir. Estuvo un mes en el siquiátrico”, remermoró los tormentos. ‘Lo golpeaban y le preguntaban si tocaba la guitarra, y de quién, de Guarany, de Rimoldi Fraga. Y el decía que no, cosas de él, tocaba sus propias canciones”, contó.
Dos días después de la liberación, Baraldini los citó a ambos y les dijo que podían quedarse en La Pampa. Pero fue una libertad vigilada hasta la democracia. “No podíamos estar ni en un club de madres. Restringidos totalmente. No podíamos ni juntarnos con la gente. Teníamos que presentarnos ante la policía”, describió.